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Jue, Nov

Economía

En un contexto de tipo de cambio intervenido, los alimentos suben a ritmo acelerado: la carne vacuna registra alzas récord y amenaza la contención inflacionaria.

Aunque el Gobierno pregone un dólar “quieto” gracias a la intervención oficial, la realidad en los mostradores de barrio indica todo lo contrario: los precios de los alimentos están en movimiento acelerado, y la carne –un producto central en la mesa de los argentinos– no es excepción. Con subas que rondan el 15 % o más desde octubre, según los propios titulares del sector, lo que se ve es una combinación letal de demanda internacional, escasez de hacienda y políticas que empujan hacia un escenario de precios de exportación traducidos al consumo interno.

Un aumento que no es casual

El informe de Centro de Economía Política Argentina (CEPA) constata que entre noviembre de 2023 y octubre de 2025 los cortes de carne bovina en mostrador se incrementaron 258,6 %, por encima del aumento general de precios del 240,6 % en ese período.
En octubre último, los cortes intermedios subieron 3,9 % y los “caros” 2,7 %.
Y en las últimas semanas se reportan incrementos del orden del 15 % en promedio, con picos que “arrastran” el resto del refrigerador.

¿Por qué ocurre este salto?

Varios factores convergen:

La apertura exportadora que facilita que la carne vaya al mercado internacional, y de allí hacia mostrador argentino. Como dijo el vicepresidente de la Cámara de Matarifes, “los chinos empezaron a comprar bife de chorizo”.
El precio del ganado en pie subiendo, lo cual impone un costo mayor para los productores que luego se traslada al consumidor. El mercado de Cañuelas registró firmeza con 8.000 cabezas comercializadas.
El factor inflación general que actúa como combustible: cuando los alimentos explican un tercio del IPC y la carne es un componente mayoritario, lo que sube aquí repercute allá.

¿Y el consumidor qué hace?

Por el momento, no se ve un derrumbe abrupto del consumo, según los carniceros. Pero sí hay cambios: el argentino “compra antes”, congela cuando puede, busca cortes más baratos o se pasa a alternativas. Aun así, la suba es real: asado ya no se encuentra por menos de $15.000 el kilo, milanesas están entre $18.000 o más, mientras que carne picada se mueve entre 8.000 y 10.000 pesos.
Eso implica un golpe al bolsillo en un país donde el salario real ya viene en descenso y la pérdida de poder adquisitivo es palpable.

¿Qué implica para la inflación oficial?

Las consultoras como Econoviews o LCG detectaron que sólo en alimentos, en las primeras semanas de noviembre, hubo variaciones cercanas al 2,1 % a 2,8 %. ([Ambito][4])
Y cuando la carne es la que impulsa estos números, el impacto para el índice general de precios —ya presionado por otros rubros— se hace aún más grave. En esas condiciones, la promesa de que “la inflación está bajo control” empieza a crujir.

La situación no es un mero accidente sectorial. Es una falla estructural del modelo actual: que se deje a merced del mercado internacional —y a los vaivenes de producción y precios ganaderos— un producto esencial para el consumo popular es una apuesta riesgosa. Cuando la carne se vuelve lujo, el mensaje de política de Estado se debilita.
Y este gobierno, que reclamaba moral, austeridad y defensa del poder adquisitivo, tiene que responder de modo concreto. Si no lo hace, el malestar crecerá.

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