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Jue, Oct

Interés General

Sin mencionar al presidente, pero sin dejar dudas, la Iglesia Católica argentina lanzó este Jueves Santo un mensaje contundente al gobierno nacional: dedicó el tradicional lavado de pies a los jubilados, en medio del ajuste y el deterioro social que golpea con más fuerza a los sectores vulnerables.

El gesto no fue solo litúrgico: fue profundamente político y simbólico. Bajo el lema “A los pies de nuestros abuelos”, sacerdotes de villas, barrios populares, parroquias urbanas y del interior del país, organizaron una jornada de visibilización que tuvo como epicentro la parroquia Virgen Inmaculada de Villa Soldati, donde el arzobispo porteño, monseñor Jorge García Cuerva, lavó los pies de jubilados frente a cientos de fieles.

“Queremos reconocer su dignidad, que tengan medicamentos y todo lo que necesitan”, dijeron los curas villeros.

El gesto, el mensaje y la cita al Papa

Durante la ceremonia, se reclamó explícitamente una jubilación digna, que permita a los mayores “descansar con dignidad tras una vida de trabajo”. El mensaje incluyó referencias a Francisco, al arzobispo Ángel Rossi (Córdoba) y a Marcelo Colombo (Mendoza), todos identificados con una mirada pastoral profundamente crítica de la exclusión estructural.

La acción fue respaldada por la Familia Grande del Hogar de Cristo, una red de organizaciones religiosas que trabaja con personas en situación de vulnerabilidad, adicciones y pobreza estructural.

La elección del símbolo no fue casual: el lavado de pies remite al gesto de humildad de Jesús hacia sus discípulos, y en este caso fue reinterpretado como una denuncia contra la humillación cotidiana que padecen miles de jubilados en la Argentina actual.

“Los abuelos no pueden ser descartables. Ellos cuidaron, criaron, trabajaron. Hoy el sistema les suelta la mano”, dijo en off un referente del movimiento eclesial.

Desde San Ignacio hasta la Catedral… pasando por la Rosada

Más temprano, García Cuerva presidió la tradicional Misa Crismal en la Catedral Metropolitana, acompañado por decenas de sacerdotes que peregrinaron desde la parroquia San Ignacio de Loyola, cruzando el centro porteño y pasando frente a la Casa Rosada. No fue un paseo religioso, sino un camino de compromiso territorial y presencia pública, que contrastó con la indiferencia del poder político.

Durante su homilía, el arzobispo fue claro:

“Démosle el dominio político al corazón”, pidió, en alusión directa a un Gobierno que parece guiarse más por Excel que por humanidad.

Una señal sin banderas, pero con dirección

La Iglesia, que muchas veces ha sido señalada por su ambigüedad frente a los gobiernos, esta vez envió una señal clara, pacífica pero potente. No se trató de un documento oficial ni de un comunicado de obispos: fue una acción concreta, de alto contenido simbólico y pastoral.

Y en ese gesto, los jubilados —invisibilizados por las estadísticas, olvidados por el ajuste y usados por el marketing político— recuperaron el centro de la escena. Al menos por un día.

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