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El reciente Congreso del Partido Justicialista (PJ) de Santa Cruz, celebrado en Río Gallegos, no fue uno más. Lejos de las formalidades vacías, el encuentro evidenció una decisión política de fondo: reconstruir un partido devastado por la derrota electoral, la dispersión interna y la traición abierta de muchos de sus referentes.

Mientras algunos medios intentan fogonear una “grieta” dentro del peronismo, lo que en realidad ocurrió fue un acto de reordenamiento. Se trató de poner en marcha un proceso de depuración necesario, no para excluir al que piensa distinto, sino para marcar límites a quienes, bajo el disfraz de la militancia, se entregaron sin pudor a los intereses de gobiernos ajenos al proyecto peronista.

Expulsiones y sanciones

El Congreso definió la expulsión de cuatro dirigentes: Fernando Españón, Julio Bellomo, Cristian Ojeda y Fernando Pérez, acusados de inconductas partidarias. En concreto: militaron y asumieron cargos en espacios que confrontan directamente con la doctrina del PJ. Además, se suspendió a 360 afiliados que acompañaron esos procesos, en una clara señal de disciplina política.

Pero no todos los casos son iguales. El de Españón merece una mención aparte. No sólo fue un operador que trabajó activamente contra el PJ desde adentro: además, carga sobre su espalda una denuncia por abuso sexual. ¿Puede el peronismo tolerar que una figura con ese nivel de desprestigio institucional sea parte de su estructura? La respuesta es no. Y no hay margen para relativismos.

Una lectura profunda, no funcional

Algunos portales y dirigentes alineados con el gobierno provincial buscan reducir el Congreso a una interna de poder encabezada por Pablo Grasso. Señalan su protagonismo como una muestra de hegemonía personalista. Pero eso, además de falso, es funcional a quienes quieren que el PJ no se organice, no se depure, no se prepare para disputar poder.

La realidad es otra: en un peronismo que durante años fue diluyéndose entre pactos tácticos, cajas y conveniencias, hoy comienza a dibujarse un intento de reorganización desde la identidad y la coherencia. Y ese intento no le sirve al oficialismo de Claudio Vidal, que prefiere un PJ fragmentado, sin voz, sin músculo político, sin capacidad de reacción.

Lo que está en juego no es solo la vida interna del PJ, sino el intento sistemático de Claudio Vidal por manipular el sistema de partidos de Santa Cruz como si fuera un tablero propio. Ya lo hizo con la Unión Cívica Radical: la colocación de Fabián Leguizamón como vicegobernador no fue un gesto de apertura, sino una jugada precisa para quebrar al radicalismo y absorber su estructura desde adentro, sin ruptura formal, pero vaciándolo políticamente. Hoy intenta lo mismo con el peronismo. Para eso necesita un PJ dividido, anestesiado y deslegitimado. Lo que se está enfrentando no es solo una interna, es una estrategia de cooptación partidaria a largo plazo.

La verdadera grieta

La grieta real dentro del PJ no es entre “grassistas” y “antigrassistas”. Es entre quienes quieren reconstruir el partido con valores, coherencia y proyecto; y quienes pretenden seguir usándolo como plataforma de negocios o trampolín de supervivencia.

Lo que se jugó en el Congreso no fue una interna menor: fue el primer capítulo de una disputa mayor por el rumbo del justicialismo santacruceño. Un partido que, si quiere volver a ser alternativa, debe sacudirse la complacencia y asumir su historia. Con autocrítica, sí. Pero también con decisión. Porque no hay peronismo posible si todo vale lo mismo.

¿Y los críticos de escritorio?

Mientras se debatía el futuro del PJ en un club de barrio, con calor, con rosca, con presencias físicas y decisiones incómodas, otros elegían la comodidad del comentario desde la lejanía. Algunos, desde escritorios empresariales construidos al amparo de favores políticos cuando estaban adentro. Hoy, afuera del reparto, juegan a la conciencia ideológica en redes sociales.

No estuvieron en el Congreso. No pusieron el cuerpo ni la cara. Pero sí levantan el dedo. Acusan “autoritarismo”, “hegemonía” o “sectarismo”, sin haber hecho una sola propuesta concreta para reorganizar el partido que dicen amar.

Pero hay algo más grave: muchos de ellos se beneficiaron del PJ cuando era plataforma de poder. Lo usaron, lo negociaron, lo transaron. Y cuando los votos les fueron esquivos, en lugar de reconstruir, prefirieron dinamitar. Hoy, se erigen en jueces de quienes nunca abandonaron los principios fundacionales del movimiento.

El peronismo se construye con militancia, con debate real, con calle. No desde la tribuna virtual ni desde oficinas alfombradas. Lo que se vio en el Congreso del PJ no fue perfección, pero sí fue política en serio. Y eso ya es mucho más que lo que ofrecen quienes opinan sin responsabilidad y sin memoria.

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