En declaraciones a la prensa, el gobernador Claudio Vidal disparó un fuerte ataque a los trabajadores y trabajadoras del estado, sin vueltas y sin conciencia del eco político de sus palabras, deslizó una de las frases más controversiales de su gestión: “Muchos se quejan de los salarios del Estado (…). ¿Probaron lo que es laburar en el privado?”.
El textual:
"Muchos se quejan de los salarios del Estado, es cierto, pero no es culpa nuestra, esto viene mal hace muchos años y estamos recuperando de a poco. Ahora, muchos se quejan pero nadie se va del Estado, nadie se va del Estado, todos se quieren quedar en el Estado. Yo les pregunto a todos los que se quejan: ¿probaron lo que es laburar en el privado? Laburar ocho, diez horas, laburar veintiún días fuera del hogar, que no podés compartir cumpleaños con tus hijos, con tu pareja, con tu núcleo familiar, y muchas veces tenés que estar en los yacimientos petroleros."
Así, sin matices, comparó el esfuerzo de quienes trabajan en el ámbito privado —particularmente en los yacimientos petroleros— con lo que entiende como una comodidad casi sospechosa del empleo público. Pero lo que a primera vista podría parecer un mero exabrupto, es en realidad una expresión sincera de una visión ideológica: una que desvaloriza lo estatal y romantiza lo privado. Una visión profundamente arraigada en los años más duros del neoliberalismo argentino.
¿Y los que sí se pierden cumpleaños?
Vidal parece olvidar —o desestimar— que muchos empleados del Estado también se pierden cumpleaños, velorios, actos escolares y amaneceres en sus casas. ¿O acaso un enfermero en una guardia de 24 horas no sufre el desarraigo emocional? ¿Acaso una policía que hace turnos rotativos no deja a su familia por días? ¿Acaso los docentes rurales, que recorren kilómetros de ripio, no enfrentan el aislamiento, la inseguridad y la precariedad con estoicismo?
El problema no es solo lo que dijo, sino desde dónde lo dijo. Vidal habla como si fuera un outsider, un espectador de un sistema ajeno. Pero es el gobernador de Santa Cruz. Él no sólo es parte del Estado: es su cara más visible, su voz más potente y su máxima responsabilidad. Su sueldo también lo paga el Estado, ese que ahora describe como refugio de quienes no quieren trabajar “de verdad”.
¿Qué implica despreciar al trabajador estatal?
Desde la década del ‘90, el discurso de que el empleo público es “acomodo” o “ventaja” ha sido una herramienta eficaz para justificar recortes, privatizaciones y flexibilización laboral. No es casual que resurja hoy, cuando desde el poder central se busca achicar el Estado a cualquier costo. Lo que Vidal expresó es, quizás sin querer, una sintonía ideológica con ese rumbo: desacreditar al trabajador estatal como estrategia para allanar el camino a los ajustes.
Pero esa narrativa choca con una realidad incontrastable: en Santa Cruz, el empleo público no es una elección caprichosa. Es, muchas veces, la única posibilidad de subsistencia en una economía provincial donde el sector privado no logra absorber la mano de obra disponible. ¿O Vidal cree que la gente elige el Estado porque le sobra tiempo y le falta ambición?
¿Y si el problema no son los trabajadores, sino el modelo?
En lugar de fustigar al empleado público, quizás habría que revisar por qué Santa Cruz sigue dependiendo de un Estado omnipresente. Tal vez el problema no esté en los trabajadores, sino en la estructura productiva, en la falta de diversificación económica, en la histórica dependencia del petróleo y la obra pública. En eso también tiene responsabilidades el actual gobierno.
¿Y las disculpas públicas?
Con la misma energía con la pequeñas obras como si estuviera refundando la provincia, Claudio Vidal debería pedir perdón. No un perdón protocolar, sino uno auténtico, directo al corazón del trabajador estatal. Porque lo que dijo no fue solo una frase desafortunada: fue una ofensa a quienes sostienen la salud pública, la educación, la seguridad, la administración y los servicios esenciales de Santa Cruz. Así como se enorgullece en redes sociales de inaugurar obras que bien podría encabezar un intendente, también debería tener el coraje de pararse frente a los empleados públicos y reconocer que se equivocó. Que gobernar no es señalar con el dedo, sino tender la mano.
¿Gobernar o disciplinar?
El desprecio por el trabajador estatal no es ingenuo ni inocente. Es un acto de poder. Es una forma de disciplinar, de marcar la cancha, de decir quién merece reconocimiento y quién debe agradecer el empleo. Gobernar, sin embargo, es lo contrario: es comprender la complejidad, reconocer la diversidad y liderar con empatía. Eso es lo que hoy, con estas palabras, Vidal ha perdido de vista.
Y entonces, cabe preguntarse: si un gobernador ve al Estado como un problema, ¿puede realmente ser parte de la solución?
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